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quetería que le permitiría tan fáciles victorias sobre el hom- bre. Con efecto, la eterna ilusión de que el hombre ha de tener una idea semejante sobre el particular, hace que la mu- jer repugne y desdeñe el empleo de las fáciles e indecorosas armas que tiene a su alcance para excitar los sentidos del hombre, en vez de impresionar su inteligencia.

Este concepto es una de las armas más preciosas con que la humanidad cuenta para perfeccionar moral e intelec- tuaimente, incluso a los hombres mismos. Pues, por el hecho de ser una sola cosa para la mujer aprecio, admiración y amor, es por lo que con trecuencia sirve aquélla de acicate para que el hombre lleve a cabo las grandes obras morales e intelectua- tes que lega a las generaciones siguientes; porque sabe que puede conquistar a la mujer que ama, no directamente, pres- tándole servicios, sino por modo indirecto, partiendo a la guerra, realizando grandes hazañas, escribiendo libros, escul- piendo o pintando; mostrándose generoso, compasivo y bue- no; en una palabra, dispensando beneficios a la humani- dad.

Constituye, con efecto, un instinto en el hombre el an- helo de que su amada sea espectadora de los actos más her- mosos y brillantes de su vida, que sabe son aquellos más propios también para fomentar su amor. Es instintivo en el hombre poner freno a su lengua, modales y gestos, y abs- tenerse de :cda acción mala en presencia de la mujer.

Merced a esto pudieron progresar y refinarse los hom- bres de la Edad Media, pues la importancia que la mujer da- ba a su estimabilidad los obligaba a hacerse dignos de esti- _mación para resultar dignos de ser amados.

El concepto femenino de que el amor no puede existir si no va acompañado de aprecio y admiración es sumamente útil para la formación de un grupo familiar concorde, unido y duradero; pues el aprecio y la admiración son sentimien- zos estables que engendran un afecto tenaz y permanente. y del número de los que estimulan la sumisión y la concordia; pot contraste con el concepto brutal y materialístico del hom- bre, que fomenta la volubilidad, el capricho, la intoleran- cia recíproca, como ocurre con la mujer cuando adopta el soncepto varonil del amor.