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EL ALMA DE LA MUJER 197

hijo, lo mismo que por los que al esposo mueven a admira- ción. Siente celos de antemano de la mujer que habrá de ocu- par su puesto en el corazón del hijo, lo mismo que de aque- lla que se insinúa en el del esposo, siendo esta universalidad de sus celos, que se entrometen entre el hombre y le mundo, lo que hace que a veces resulte su amor más enojoso que su indiferencia.

No se puede desconocer, sin embargo, que presenta al- guna ventaja esa distinción que el hombre establece entre amor, admiración y aprecio. No hay duda que si la estima- ción arraigase más en el corazón del hombre, sería la mujer más dichosa y más buena. Pero no puede negarse que esa dis- tinción que decimos ha facilitado la institución que para la mujer tiene mayor importancia, la del matrimonio, permi- tiendo otorgar con él algún premio a la virtud.

No necesita el hombre profesar estimación para amar; pero comprende perfectamente, sin embargo, el escaso valor que a veces tiene la mujer que ama, y no se decide a unir su vida a la mujer que ama y no aprecia, mientras que no va- cila en hacerlo con aquella mujer que estima, sin amarla, a lo que contribuye de otra parte la poca importancia que con- cede al amor.

De aquí toda la fuerza de las tradiciones que exhortan a la mujer a hacerse digna de estimación, ya que más que el amor de! hombre puede su aprecio conducirla a la posibili- dad de constituir una familia y de amar, aunque no a la de ser amada. Pero para que en las relaciones sociales admira- ción y aprecio se fundiesen en el hombre sin inconveniéntes, sería menester que uno y otro dependiesen en él la razón, por modo exclusivo, y no también, como suele suceder, de los sentidos, y que amase exclusivamente por la fuerza de la estimación, sin que fuese el amor quien alguna vez le con- duce al aprecio, pues de otra suerte ocurriría con harta fre- cuencia, lo que les ocurre a los hombres débiles, que se dejan guiar moral e intelectualmente de mujeres indignas, a las que aman sólo físicamente, pero que han logrado imponerles su admiración y aprecio, que graves intereses de índole general irían a parar a manos de hombres incapaces de comprender- los y menos todavía de resolverlos.