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TRAGEDIAS

El que sean provechosos los respectivos conceptos que el hombre y la mujer se forjan del amor, no quiere decir que no tengan a veces consecuencias dolorosas para entrambos y para la mujer principalmente. La palabra amor entraña un significado diferente para la mujer y para el hombre, lo cual es fatal, útil y necesario. Pero con arreglo a esa eterna ley que nos hace imaginarnos a los demás semejantes a nosotros, la mujer no cree qu: así sea; hallándose persuadida de que el hombre tiene del amor un concepto análogo al suyo, que para ella es el único ajustado a la razón.

Piensa la mujer que han de juzgarla con un criterio y resulta que es con otro muy distinto—que ella no conoce y si lo conociese, la rechazaría—, aquel a que se ajusta el hom- bre, lo cual no puede menos de provocar terribles desacuer- dos entre ambos, haciéndola sufrir a ella lo indecible.

Sí, hay mil razones, hasta útiles, que conspiran a hacer del amor del hombre algo ligero, voluble y caprichoso; pero estas razones no quitan el que la mujer, que por razones opuestas concibe el amor como estable y duradero, sufra enormemente al verse abandonada o simplemente tratada con desvío cuando ella empieza a amar con más fe. .

Sí. hay mil razones para que en el hombre, dotado de un desarrolladísimo sentimiento estético, se encienda, se apa- gue y se reanime el amor, según los cambios del aspecto ex- terior de la mujer. Pero ésta, que tiene un alma y cree ser amada toda ella en cuerpo y alma, cuando se siente amada no puede menos de experimentar sorpresa, indignación y do- lor grandes al advertir que todo ese fuego interior que con- sume al hombre no arde por su alma, por su inteligencia, ni por la nobleza de sus intenciones y actos, sino por sus cabe- los, sus cejas o sus brazos, es decir, por todas las partes inertes de sí misma, que ella no conoce, y al notar que el amor del hombre crece, mengua y vuelve a crecer con el cam- bio de color de sus mejillas, del tono de su pelo o del óvalo de su rostro, cosas todas de que ella es en absoluto inocente, no pudiendo aducirlas como otros tantos méritos.

La mujer que en amor es lógica y razonable, que pone: