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Página:Lombroso El alma de-la mujer.djvu/210

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208 GINA LOMBROSG A IA a MEA AR acostumbrársele al hombre a contraer hábitos que le infun- dan, por lo menos, a la mujer la ilusión de ser amada, aun cuando no lo sea; puede acostumbrársele al hombre a apre- ciar las dotes intelectuales y morales de la mujer y a soste- nerla moral e intelectualmente y dirigir su vida, aunque no la ame. Gue <s lo que en el fondo desea el hombre, la mujer. Pídense ahora leyes que limiten las exigencias y la au- toridad de los hombres. Ríos de tinta se han vertido para des- cribir con los más negros colores las terribles consecuencias del despotismo y el esqrilmo de que el hombre hace víctima a la mujer, y a encarnecer las tradiciones que hacen al marido, al padre y al hermano responsables y jueces, en ocasiones crue- les, de la moralidad de sus esposas, hijas y hermanas. No hay costumbre alguna sobre la cual no se pueda hacer llorar a una generación entera. Pero esto de la autoridad del hombre y de sus exigencias morales, es precisamente una de esas prácti- cas sociales que menos nos merecen lagrimones de cólera. +. La sociedad necesita que la mujer sea moral, que no em- plee las artes de la coquetería que tiene a su alcance y que provocarían general confusión en el campo social. ¿En quién ha de delegar aquélla el velar por la satisfacción de esa nece- sidad suya sino en el marido, el padre o el hermano? El es- carnio que sobre él recae por la mala conducta de las muje- res declara el desprecio de la sociedad por no haber sabido. cumplir el cometido que se le confió. Pero si ese ludibrio puede redundar en algún daño para la hez de las hembras, surte óptimos efectos para la flor de las mujeres. a quienes por ese medio concilia la sociedad el aprecio del hombre. Aparte de que esa autoridad que la sociedad adjudica al hombre. cuan- do éste no abusa de ella, antes que de encono y rencor re- sulta venero de más íntimos lazos entre hombre y mujer. La autoridad de la dependencia son los sentimientos que más fuertemente unen a las criaturas entre sí; la necesi- dad misma en el uno de velar, esto es, de vigilar, y en el otro de sentirse vigilado, velado, es decir, apoyado y defen- dido, hace nacer un vínculo que se asemeja mucho al afecto sincero, aun entre extraños. De esta suerte nace y se afianza automáticamente con más afectuosidad el lazo entre esos her- manos o hermanas, entre las compañeras del colegio, entre