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28 GINA LOMBROSO

¿Cuál es la finalidad de nuestra vida? ¿A qué fin pro- pendemos inconscientemente todos nosotros, hombres y mu- jeres, con todas nuestras fuerzas, luchando por él con ahinco, a vueltas de dolores y angustias, desde el nacer hasta el mo- rir? Pues a dejar una huella de nosotros, perecederos, en el mundo imperecedero, a fijar alguna molécula de nosotros mismos en el infinito que nos rodea.

Dos estímulos ha puesto a nuestra disposición la natu- raleza para que logremos esa finalidad. El amor que nos im- pele inconscientemente a crear con nuestras propias carnes el retoño que ha de prolongarnos en el tiempo. La ambición que nos impulsa a crear a expensas de nuestro cerebro algo mate- rial, moral o ideal, que pueda agigantar nuestra persona, di- latarla en el espacio y el tiempo, y dejar estampada en el in- finito nuestra huella.

¿Qué significan la muerte, el dolor o el sacrificio más oneroso, cuando nos permiten conseguir el uno o el otro de esos objetivos?

Jamás negóse madre alguna a dar vida a la especie por miedo a los riesgos que entraña tal función, así como tampo- co hay hombre que se niegue a los más graves sacrificios, siem- pre que a costa de ellos quede asegurado el logro de la em- presa que concibió.

El dolor, ese centinela avanzado, encargado por la na- turaleza de advertirnos de los peligros que nos amagan—=el dolor más acerbo iruécase en deleite, cuando representa el me- dio de conseguir el objeto de nuestro amor o de nuestra ambi- ción—el prolongarse del yo perecedero en el espacio y en el tiempo. Y así como en los naufragios ha habido madres que han arrojado a las lanchas de salvamento muy ufanas y ale- gres, a sus hijos, antes que lanzarse ellas mismas, así también ha habido escultores, pintores, escritores insensibles al frío, a la enfermedad y al hambre, que han sucumbido de inanición o de frío, con tal de dar remate o poner a salvo su obra.

Estos dos estímulos no son patrimonio categórico del uno o el otro sexo. Pero si la ambición puede en apariencia aco- modarse indistintamente al hombre o a la mujer, imposible