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EL ALMA DE LA MUJER st


El egoísmo es un luminar que despeja luminosamente el camino. El egoísta que lo posee no necesita de ajena ayuda para alcanzar los fines que más o menos inconscientemente se propone, no ha menester que nadie le apoye o secunde; sabe a donde va y puede encaminarse allá él solo. Pero el altruís- ta, no; el altruísta necesita de los demás, no sólo para amat- les y que ellos le amen, sino también para que le sostengan y orienten. Es el altruísta cual plantita trepadora que aspira a poner verde y florido el tronco seco y el frío muro que se yergue vecino, pero que perece como no halle ese tronco seco en que apoyarse, ese paredón inerte que preste sostén a sus vástagos.

La mujer carece de esa columna vertebral que el egoís- mo concede al hombre, por lo cual necesita de este último, ha menester de este punto fijo, que no ha de tambalearse y con- moverse continuamente, como a elia le sucedería, que no ha de dejarla expuesta al embate de todos los vientos que des- perdigarían sus fuerzas, como a- ella le ocurriría sola; nece- sita, en suma, de una fuerza que reconcentre sus ardores y los encauce en una dirección determinada.

Hay quien dice que esta necesidad de apoyo es debida a una menor inteligencia, a una mala educación. Mas no hay tal cosa, porque esta necesidad de apoyo no disminuye con una mejor educación y va creciendo a medida que crece su inteli- gencia y con el multiplicarse de las ideas que la envuelven en un vértice de sensaciones, y observaciones cuya razón no se explica, cuya eficacia no alcanza y de las que no acierta a aprovecharse. Es que la inteligencia de la mujer cífrase, no en el razonamiento, sino en la intuición, y que llegando en alas de ésta, dé un salto a la conclusión sin subir los pelda- ños que a esta conclusión conducen, permanece perpleja ante estas conclusiones y más perpleja todavía respecto a los re- sultados útiles que de ellas pueden derivarse. De suerte que cuanto más inteligente es la mujer, tanto más necesitada se halla de apoyarse en una inteligencia diferente de la suya que la complete e ilumine, ayudándola a sacar provecho de sus im- tuiciones, falta de lo cual, a semejanza de esas vistosas flores de invernadero, desprovistas de estambres y pistilos—conde- nadas a perecer con el deshojarse de sus pétalos—surte su inte-