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EL ALMA DE LA MUJER 35

en su interior y que si se prescinde de la maternidad antójan- se absurdas, pero en cuya satisfacción únicamente encuentra delcite la mujer.

Pero nada hay más difícil que distinguir nuestros pla- ceres de nuestros intereses y valorar lo que unos pesan en la balanza. Esta dificultad es precisamente la razón de casi to- das las tragedias que acibaran la vida de la mujer. Atraída por la fuerza de la ilusión de encontrar mayores goces siguiendo sus intereses, en la vida y en la historia, abandona muchas veces la mujer, por un trecho de algunos años o de algunas generaciones, su figura instintiva, lo que hay en ella de ma- dre, de vestal del hogar doméstico, de víctima voluntaria del amor y del sacrificio, su parte de mujer atenta exclusivamen - te a dar y recibir afecto, para lanzarse a la liza política, li- tezaria, social o científica, acrecer su poderío material o mo- ral y asumir una personalidad más conforme con sus intere- Ses.

Eso es lo que está sucediendo en los momentos actua- les. La nueva generación nos .mira con ojos compasivos a las que pertenecemos a la antigua. Sí; antaño era la mujer víc- tima del amor, y cifraba sus fuerzas en el vivir de los de- más; aun queda alguna que querría que así fuese siempre. Necio atavismo, fuerza de la costumbre, efecto de educación, estribillos de los padres, que nosotras, las de la nueva gene- ración, hemos de hacer en breve plazo que pasen a la histo- ria.

¡Ay de mí! No es la primera vez que tal sucede. No sois vosotras la primera generación que intentó triunfar del pa- sado; pero siempre, al cabo de un lapso más o me- nos largo, durante el cual persiguió la mujer sus intereses per- sonales, alcanzando independencia, riquezas, honores, fama y salud, concluyó por retraerse disgustada, cayendo en la cuen- ta de haber confundido la dicha con su sombra. En pleno triunfo de sus más altas ambiciones, hubo de comprender siempre la mujer que no encontraba esa positiva alegría que experimenta en medio de los más duros sacrificios, aquéllos que reclaman la maternidad, el afecto de los que la rodean.

De suerte, pues, que la mujer está continuamente osci- lando como la péndola de un reloj, entre sus intereses repre-