36 GINA LOMBROSO III E Ba sentados generalmente por el feminismo y sus pasiones, re- presentadas por el altruísta instinto maternal: el amor.
Después de haberse abandonado por algún tiempo a sus instintos —amargada por la ingratitud de los hombres y por los desencantos—, busca refugio la mujer en el dominio de la razón y del interés; mas no tarda en volver a la esfera de la pasión, asustada del vacío en que la deja la satisfacción de sus intereses.
Y he aquí otra tragedia de la que también está libre el hombre. Este no sólo puede lograr el objetivo de sus pasio- nes con sus propios medios, que dependen de su voluntad, si- no que puede también conseguirlos sin chocar con sus inte- reses, que muchas veces casi coinciden con sus pasiones.
Y por si fuera poco, la pasionalidad de la mujer no se limita a poner en pugna sus intereses con sus pasiones, sino que llega hasta a hacer más complicada y difícil su situación en la vida, extendiendo esa pugna a sus mismas pasiones en- contradas y antagónicas.
Los hijos, el padre, el marido, que tienen sus amores, poseen cada cual personalidad propia y deseos diferentes y hasta encontrados, siendo distinto así el grado de pasión que a ellos la atrae como el criterio con que aquéllos siéntense por ella atraídos. .
Resulta harto difícil para la madre conciliar las pasio- nes, muchas veces diferentes, que siente por sus distintos hi- jos y poner en armonía los actos que el amor al marido le sugiere con los que le aconseja el cariño a la madre, al pa- dre y a los hermanos; hacer que marchen parejos los afectos antiguos del hogar paterno que abandona con los nuevos de la familia en que al casarse entra; no siendo cosa fortuita el que la tradición haya resuelto perentoriamente por ella to- da una serie de cuestiones, imponiéndole el deber de romper con todo lazo antiguo en el momento de contraer otros nue- vos, y trazándole en cierto modo una jerarquía afectiva.
Nada semejante reza con el hombre. Los objetos de sus pasiones. cuando no son él mismo, sitúanse en la lejanía del tiempo y el espacio y no chocan entre sí. Ninguna pugna in- terior acosa al hombre que gusta al mismo tiempo de la mú- sica y de la política, las antigiedades y el buen vino. Nada le impide marcarse una línea de conducta y seguirla hasta el