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EL ALMA DE LA MUJER s7

fin, sin ponerse nunca en desacuerdo ni consigo mismo ni con los demás.

Pero hay más todavía. Las personas vivas que constitu- yen el objeto de la pasión femenil, están cambiando sin cesar de deseos, y exigen de la mujer las cualidades y funciones más diversas. Pídele el joven a la novia poesía, gracia, inge- nuidad, inexperiencia. Pero ese mismo galán, convertido en marido, reclama ahora de la misma mujer de antes, sencilla- mente, que le cuide la casa, que lo aligere del paso de las ma- terialidades de la vida, que sea lista, casta e ingeniosa. No puede negársele que está en lo firme; ya que el amor no cons- tituye la finalidad de la vida para el hombre, por lo cual no puede adoptarlo como actitud definitiva; pero, ¿cómo no ha de sufrir la mujer con este cambio de exigencias?

Lu:go habrá que contar con el hijo, el cual pídele a la madre que no se aparte de él ni una pulgada, que lo mime y siga sus inseguros pasos y ni una hora ni un minuto le de- je de la mano. Unos años después, ese mismo niño, hecho ya un mozo reclamará de esa misma madre que no se entrome- ta más en sus cosas; no querrá oír sus consejos, ni recordar sus desvelos pasados, ni hacer caso de su experiencia; aspirará a vivir su pobre vida. Y tiene razón el chico, pues, la expe- riencia ha de adquirirla cada cual de por sí; pero, ¿cómo po- drá esa madre, acostumbrada a considerar como el más alto de sus deberes velar cóntinuamente por su hijo, dejarlo aho- ra, así de pronto, abandonado a su propia suerte?

He aquí, pues, otros tantos contrastes, otras tantas fa- tales tragedias en que su pasión altruísta coloca a la mujer y que el hombre no tiene que arrostrar, ya que los objetos de sus pasiones no cambian de exigencias al través del tiempo ni son antagónicos entre sí. El hombre no necesita andar cam- biando de orientación a cada paso para lograr la fama, la glo- ria y la ciencia que constituyen sus ideales. Estos objetivos reclaman siempre de él la misma tensión y orientación idén- tica, recompensándolo con bastante equidad, según los esfuer- zos que en esta o la otra dirección realiza. Puede satisfacer todas sus facciones o solamente algunas, seguir o dejar el ca- mino que se trazó, según le plazca; todo eso está en su ma- no, depende de él únicamente, no tiene que contar para el lo- gro de sus pasiones, es decir, de su dicha, con los demás; y,