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EL ALMA DE LA MUJER 53

poner aquí su voluntad y velar por sus semejantes, sin duda ha de ser altruísta, en el sentido que yo doy a esa palabra, Y, en efecto, al imponer su voluntad, no aspira la mujer a gran- jearse ningún bien para sí misma ni satisfacer ninguna pa- sión suya, sino obligar a los demás a hacer lo que a ella se le antoja bueno y, a su juicio, no aciertan a ver. Al empe- ñarse la mujer en que su hijo siga una carrera determinada o ímite sus buenas cualidades y sus defectos, al tratar de impe- dir que su hija cometa una determinada acción, no lo hace con la mira de procurarse ningún bien, sino porque cree ser- les útil de este modo a sus hijos. Trátase, pues, de un altruís- mo mal entendido, pero altruismo al fin; del mismo modo que es un egoísmo, aunque bien entendido, la tolerancia de que el hombre da pruebas cada día.

Poroue, efectivamente, el hombre que en razón a la dosis de egoísmo que posee consideraría un fastidio tremen- do tener que cuidar de un niño y que suplir con su voluntad la inexistente del recién nacido; el hombre que se juzgaría muy feliz si pudiese encontrar, ya hecho y dispuesto, lo que desea, sin saber cómo, ni cuándo, ni quién lo hizo. es de una magnífica tolerancia con todos.

El hombre propende al propio interés, al propio bien- estar; para él sólo existen sus ambiciones, estudios, queha- ceres y ocupaciones. Poco le importa lo que a los demás les suceda de bueno o de malo, con tal que no redunde en per- juicio de sus intereses; déjales a los demás plena y completa libertad de acción y de pensamiento. Y por esto precisamente de no querer el hombre ocuparse en los demás, es por lo que las organizaciones masculinas degeneran tan fácilmente en bn- rocráticas, sobre la base de reglamentos fijos, ya que ningu- no quiere tomarse el trabajo de intervenir, de imponer su vo- luntad, ni echar sobre sus hombros la responsabilidad consi- guiente; de igual modo que por no querer tomarse el trabajo de mandar es por lo que el hombre se deja tan fácilmente dominar de la mujer, incluso en cosas en que no es ésta com- petente. Ya puede creer el hombre que los demás están equi- vocados, pensar que sería preferible que obrasen de mcdo dis- tinto, lamentarse de que los demás no saben conducir como es debido sus asuntos: en el fondo, cuando la conducta o la opi ajena no chocan con sus pasiones, o ambiciones, el