Página:Lombroso El alma de-la mujer.djvu/80

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página no ha sido corregida

78 GINA LOMBROSO ZA DDDDDE DDD DIDEDDE DDD

quererlo hasta el delirio, como lo hace la madre. y creerse que él la quiere y estar pronta a sacrificarse por esa cosa iner- te, es preciso ser capaz de atribuírle ya a ese ser todo el alma que luego tendrá, es decir, de vivificarlo. .

Pero esta posibilidad de vivificar al recién nacido, no puede limitarse en la mujer al niño, sino que aquélla extién- delo natural e instintivamente a cuantas cosas tiene a su al- rededor, atribuyéndoles a todas sus sentimientos, queriéndo- las a todas y creyéndose pagada por ellas en la misma mone- da.

Cuando la mujer, hablando de la mesa a la que acos- tumbra a sentarse, del balcón a que se suele asomar, del dedal, de las tijeras que usa en su labor, dice que son sus amigos, que no puede vivir sín ellos, no ptofiere una frase, sino que expresa una realidad.

Luego que la mujer lleva algún tiempo en una casa, fre- cuenta un parque o usa un instrumento, tranforma realmente la casa, los árboles, los muebles y los utensilios que la rodean en otros tantos seres vivos, con los cuales se comunica, amán- dolos como a personas de carne y hueso. La poetisa inglesa Tsabel Browning había hecho un Héctor de flores en una alameda de su jardín y sentía apasionado cariño por aquella tosca imagen, echábase a temblar cuando el viento o la lluvia la zarandeaban y creía firmemente que el día menos pensado iría a visitarla el alma de su héroe. Isabel Browning, Jorge Sand, Julieta Lambert Lauth Thomson, hablan con los ár- boles de sus florestas y en sus cartas y memorias expresan su incredulidad respecto a que esos árboles sean insensibles a in- diferentes a su cariño.

Durante el terremoto de Messina viéronse niñas vagan- do por entre las ruinas y desafiando el frío y la muerte por el ansia de buscar su muñeca, ni más ni menos que madres que buscasen a sus hijos. Lucía Félix Faure Guyau. de edad de diez años, pídele a Dios que le infunda un alma a su mu- ñeca para que siquiera por un instante pueda saber cuánto la quiere. Para la niña no es la muñeca un juguete. sino una criatura de carne y hueso: la hija. La niña comunícase en voz alta con su muñeca y cree firmemente que ésta se interesa por ella, y se entristece cuando la ve enferma y se aflige cuan- «o ve que la riñen y la consuela cuando la ve apenada.