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EL ALMA DE LA MUJER 97 hombres; no llena los cafés ni los cines, no mostrándose tani- poco codiciosa de empleos y oficios en que no haya nada que hacer. -

Estudiad a los niños y observad cuántas dificultades, cuántos premios, cuántas excitaciones se necesitan para des- pertar su actividad, mientras que bastan una palabra, un elo- gio, un beso, la sola persuasión de que podrá ser útil o grata a alguien, para que una niña haga al punto lo que se le pide.

Mirad a los chicos cuando están de vacaciones; no ha- cen más que leer, jugar o dormir; en cambio, las niñas, si no están ayudando a la mamá en las faenas domésticas o en el aseo de los hermanos, -las veréis muy atareadas con sus mu- ñecas, cosiqueando y arreglando sus trapitos, trabajando en broma para su hija adoptiva, mientras llega el momento de trabajar en serio; la aguja, el ganchillo, la rueca, el telar, son al mismo tiempo las herramientas de su oficio y sus jue- gos predilectos.

Observad en la escuela cuánto celo, cuánta continua ac- tividad despliega la niña, mientras que los chicos se limitan a dejarlo todo para el último mes y el último día de clase.

Mirad cómo las feministas de todos los países, incluso de aquellos en que parecían más locamente empeñadas en conquistar el voto, aquietáronse sin dar señales de vida du- rante la guerra. Dejaron de agitarse porque habían hallado modo de utilizar su actividad altruística. Siempre que ¡a mu- jer puede hacerlo así, no pide nada más. Con frecuencia oi- réis a las mujeres quejarse de lo mucho que tienen que hacer, pero nunca las veréis delegar con gusto en otra persona Sus. tareas; y es que el tener mucho que hacer es para ella uñ placer que le proporciona íntima satisfacción, la persuade de su benemerencia social, y la engaña haciéndole creer que el mundo necesita de ella; porque para la mujer la actividad no es un deber sino un deleite, porque se siente vivir cuando está haciendo algo con la ilusión de serle útil al prójimo, porque el obrar es una necesidad para ella, lo mismo que el saciar el hambre o la sed.

En cambio, el hombre que es deductivo y reflexivo, no tiene conciencia de sí mismo ni puede sacar provecho de sus virtudes deductivas y razonadoras, más que cuando reflexio- na, medita o huelga.