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Carmen. — En este caso no tienen que ver la amis- tad ni el parentesco; debemos elegir aquellos que, a nuestro juicio, sean los mejores alumnos de la clase.
Ester. — No sólo los mejores en aplicación, sino también los de mejor conducta, los más buenos compañeros, los más veraces, los de mejores mo- dales...
Juan. — Basta, basta de charla. ¡A votar!
Irene. — Ya está.
Alberto. — Ahora recojamos los papelitos; uno los abre y lee los nombres, otro los va escribiendo en la pizarra, y los seis que hayan obtenido más votos formarán la comisión.
Mercedes. — Vean la comisión que resulta. Jorge, el que obtiene más altas notas en aplicación; Lía, que se distingue por su conducta; Carlota, la más servicial y conciliadora; Margarita, el mejor corazón del mundo; Enrique, modelo de perse- verancia y modestia; y Adela, tan querida por el buen juicio de que da pruebas a cada momento.
Luis. — Podemos estar orgullosos de nuestra elección. La comisión nos representará muy bien.
Sta. Raquel. — Así sucede siempre que se vota juiciosamente, hijos míos. Ténganlo en cuenta y nunca den su voto sino al que consideren más digno de representarlos.