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HISTORIA DE UN LADRILLO
Tal como ustedes me ven, rosado y fuerte, con aspecto de buena salud, no soy sino un poco de barro.
Sí, de barro, no se asombren ustedes tanto; de barro son también los jarrones para las flores, las tazas en que se sirve el té, las baldosas, los mosaicos de colores, y esas estatuas de terra colla, palabras que, hablando claro, significan barro cocido. Sí señor; ¿se sorprenden ustedes? No hay motivo para ello. ¿Que esas cosas se hacen con otra clase de barro? Convenido. Será más fino; pero al fin y al cabo es barro o, si ustedes pre- fieren, arcilla.
Pues, como iba diciendo, no soy sino un poco de arcilla. ¡Qué feliz era yo cuando, mezclado a la tierra vegetal, cubría el camino por donde pasa el ganado, y criaba pasto para las vacas! En mí arrai- gaban las hierbas floridas, y en torno mío cantaban las cigarras y saltaban los gorriones.
Pero un día —¡horrible día! — vi llegar unos hom- bres armados de azadones, y, antes de que pudiera chistar, ¡zas! de un golpe de azadón me arrancaron sin misericordia, y me llevaron en un inmundo carro junto con otros muchos terrones.