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iban con niños, difícilmente podían dejar de comprarles algunas golosinas. Se distinguían en la fabricación de éstas, los negros y negras, por lo general antiguos esclavos que, una vez libres, aprovechaban las habilidades adquiri- das en las casas donde sirvieron.

Vendían tortas calientes, rosquitas, dulces de coco y de leche, pastelitos y alfa- jores; muchos permanecían hasta la noche en sus pues- tos de venta y, provistos de un farolito, atraían la aten- ción de los paseantes. Los niños llamaban por sus nom- bres a los negros vendedores de dulces, y conocían su sil- bido especial y característi- co que los hacía salir a la calle en seguimiento del pas- telero, al que, por más re- En algunas provincias existe aún el Negrido que fuera, daban el

e ya ededora de tor cariñoso apodo de tío.

Muchas honestas familias, obligadas por la pobreza a ganarse la vida, se dedicaban a fabricar masitas, que una criada vendía después entre las relaciones o simplemente por la calle. Los célebres bollitos llamados de Tarragona eran fabricados por una señora conocida. .

Tampoco existen ya los serenos o guardianes nocturnos del orden y seguridad en las calles, en cuya misión los