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— ¡Bravo! hijo mío; acabas de hacer innecesaria la intervención de un juez.

Ambos niños se miraron sorprendidos y luego fijáronse en el profesor, como preguntando qué había querido decir al expresarse así. Respondiendo a esa muda pregunta, prosiguió aquél:

— Cuando llegué, estaban ustedes a punto de disputar seriamente; y debo declarar que Pedro tenía razón de es- tar incomodado.

Tú, Manuel, cometiendo un abuso, que en este caso no era grave, pues lo hacías en juego, te habías apoderado del libro de tu compañero y querías obligarlo de esa ma- nera a jugar al trompo contigo. Como es natural, Pedro se sentía ofendido por tu exigencia, y con mucha justi- cia reclamaba le devolvieras lo suyo. Felizmente, Pedro es de carácter suave y nada violento; a no ser así, hu- biera podido suceder que, forcejando tú para quedarte con el libro y él para reconquistarlo, se hubieran venido a las manos.

— ¡Oh! señor. .. — exclamó Manuel avergonzado.

— Bueno, si por educación no lo hubieran hecho, ¿cómo se habrían arreglado? ¿Qué pensabas hacer tú? Pedro...

— Yo esperaba — respondió éste — que Manuel acaba- ría por devolverme el libro; pero si no lo hubiera con- seguido habría recurrido a usted, señor.

— Perfectamente — dijo el maestro; — he aquí por qué, hace un momento, dije a Manuel que acababa de hacer innecesaria la intervención de un juez, que en este caso hubiera sido yo.