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— 185 — guerra sea considerada como cosa indigna de países cultos, y en que se nombre jueces encargados de resolver las que- rellas no sólo entre los individuos sino también entre las naciones. ;

— ¿Hay querellas también entre las naciones? — pre- guntó Pedro.

— Desgraciadamente, sí — repuso el maestro; — aunque, a decir verdad, cada día van siendo menos frecuentes.

A veces una nación ofende a otra o pretende apoderar- se de una parte de su territorio, o quiere imponerle su vo- luntad. Es natural entonces que el país ofendido quiera defenderse y, a falta de un juez que le haga la debida justi- cia, se produzca la guerra entre ambos. Esas guerras han sido a veces necesarias para la existencia de los países; un ejemplo nos lo ofrece el nuestro, que nació a la vida libre merced a la guerra por la independencia, gracias a la cual somos hoy argentinos y libres.

Antes que la Argentina se organizara como nación, todo su territorio era un vasto campamento militar y cada uno de sus hijos un soldado, cuya principal idea era vencer al dominador para conseguir la ansiada libertad. De esos modestos pero gloriosos ejércitos que organizaron Belgrano y San Martín y que regaron con su sangre el suelo de la futura patria, surgió la nación Argentina, que hoy figura en el número de los países cultos y libres del globo.

Pero sólo en casos de extrema necesidad deben recurrir a la guerra las naciones, y, como les decía hace un mo- mento, cada vez se la considera más injusta, tanto que es frecuente hoy día, cuando dos países están en peligro de