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UNA NUEVA Y GLORIOSA NACIÓN

Desde épocas antiquísimas es costumbre que cada nación y hasta cada provincia posea su escudo propio.

No sé si ustedes sabrán que ciertos objetos o figuras se consideran como representaciones de ideas o sentimientos y se les llama sus símboles. Un corazón es el símbolo de la 'aridad; una balanza, el de la justicia, y así muchos otros. Pues bien, los escudos se sirven de los símbolos, y el que tiene un poco de práctica puede, mirando atentamente un escudo, decir lo que se ha querido expresar en él.

El escudo, pues, es un dibujo especialmente compuesto, en el cual, por medio de figuras escogidas al efecto se ex- presa, en forma abreviada, cuáles son las aspiraciones del pueblo que lo usa; por eso se le respeta, y cualquier ofen- sa que se le haga es como si se la hiciera al país a que pertenece.

Tan pronto como la República Argentina fué libre, se dió también su escudo, abandonando el de España, que usó mientras era una de sus colonias.

En 1813, cuando los ejércitos argentinos habían obte- nido ya muchos triunfos sobre los de España, un grupo de patriotas que formaron la famosa asamblea del año 13, pusiéronse a la obra de dar al país un escudo propio. Para conseguirlo estudiaron cuidadosamente los símbolos con que lo formarían y de ese estudio, inspirado en el amor al suelo patrio y en el deseo de verlo independiente y grande entre los demás, nació nuestro emblema nacional.

Todos ustedes lo conocen hace tiempo, bien lo sé; pe-