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ésta una raíz, o mejor un tubérculo, como lo son la papa y la remolacha, pero de dimensiones mucho mayores, pues alcanza a veces un metro de longitud y puede pesar hasta 5 kilos. Su carne es algo fibrosa, pareciéndose un tanto a la de la batata llamada morada, y su sabor, aunque no dulce, es en extremo agradable. No será difícil que ustedes la hayan comido hervida y menos aún que conozcan la fariña, que no es sino mandioca raspada y secada, con la cual se hace un plato muy sabroso; o la tapioca, con que se pre- para la sopa, y que no es otra cosa que harina de mandioca.

Pero los indígenas no utilizaban en esa forma el sabroso tubérculo; lo comían simplemente asado o más bien seca- do al sol, después de haberlo cortado en trozos pequeños; también solían rasparlo y con la gruesa harina resultante hacían unas tortas que llamaban cazabe, con las que suplían muy bien al pan. Los europeos se habituaron pronto a emplear la mandioca asada o cocida de los diversos modos ya mencionados, reconociendo que se trataba de una planta valiosísima para el hombre, pues proporciona un alimento muy sano y nutritivo.

He ahí por qué la mandioca puede considerarse como el pan indígena, si bien no son ya los indios quienes la apro- vechan como valioso alimento vegetal, sino gran número de habitantes de la provincia de Corrientes y de los territorios de Misiones, Chaco y Formosa, regiones que por su clima cálido la producen muy bien; allí se han establecido al- gunas fábricas de fariña, tapioca y almidón que harán inne- cesaria, con el tiempo, la introducción de esos productos del Brasil, país donde se produce en abundancia la mandioca.