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jeros o adolescentes, resultaría criminal llevar al gobierno a hombres ignorantes, viciosos o de malas costumbres. ¿Es posible suponer, en un hombre sin instrucción u holgazán, aptitudes para gobernar a su pueblo y estimular la cul- tura y laboriosidad en sus gobernados? No, evidente- mente; y siendo la inmensa mayoría del pueblo culta y laboriosa, sentiríase hum'llada de tener tales gobernantes. Si éstos no fueran honrados, claro es que sería muy peli- groso confiarles los intereses del Estado; ¿qué confianza ofrecería, por ejemplo, un tesorero que tuviera la costumbre de quedarse con lo ajeno o de falsificar documentos?

En cuanto a los ebrios y dementes, son enfermos irres- ponsables que merecen nuestra compasión y ayuda parti- cular, pero a los cuales nadie, sin traicionar a su patria, podría pretender llevar al gobierno.

Son, pues, muchos, aun entre los ciudadanos argentinos, los que no pueden desempeñar las tareas gubernativas, ya sea por falta de la edad requerida, ya sea por insuficiente instrucción, o por no reunir las cualidades de honradez y rectitud indispensables. Aún hay más: ni siquiera todos los que reunen las condiciones requeridas llegan a gobernar alguna vez, pues siendo muy crecido su número, se com- prende que no todos puedan alcanzar esa distinción.

No todos gobernamos, pues, y sin embargo se dice que nuestro país es una república, o lo que es igual que el pue- blo es quien gobierna y no unos cuantos, como acontece en las monarquías. Esto, que parece una contradicción, se explica claramente del siguiente modo.

En nuestro país, todo ciudadano varón mayor de 18