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Cayo Cornelio Tácito.

cosas para contar milagros, y que no lo son, sino una relación pura de lo que vieron y dejaron escrito nuestros antiguos.

Llena, pues, con esto de horror y espanto la casa del príncipe, especial entre los de más autoridad para con él que se veían con mayor ocasión de temer mudanza en las cosas, no discurrían como basta alli con secretas murmurac'ones, sino á la descubierta, diciendo: «que mientras Mesalina escondía sus adúlteros industriosamente en los retretes del príncipe habia á la verdad deshonra, pero no peligro; mas shora visto está que un mancebo tan noble, admirado por su gentileza, seguido por su juventud, y por estar tan vecino al consulado, se apercibe á mayores esperanzas, y se trasluce lo que pretende y lo que puede suceder tras el matrimonio.» Tenían á la verdad razón de temer, «considerando la falta de entendimiento en Claudio, y que teniéndole de todo punto sujeto su mujer, habían sido ejecutadas diversas muertes por su mandado de ella.» En contrario, el natural del emperador, fácil á ser llevado á cualquier cosa, les daba esperanza «le que previniéndole con la atrocidad del delito sería posible encaminar que la condenase y oprimiese antes de caer en que era culpada.» Mas el peligro consistía en dar oídos á su defensa, conviniendo hacer de manera que hallase cerrado los del príncipe, aunque entrase confesando la culpa.

Juntados, pues, Calisto, nombrado ya por mí en la muerte de Cayo César; Narciso, autor de la muerte de Apio, y Palante, entonces gran privado, trataron si era bien apartar á Mesalina del amor de Silio con secretas amenazas, disinueva casa la en el regazo del marido. Esta costumbre la explica Juvenal en este verso: Ingens carna, sed et gremio jacuit nora nupta mariti, cual si esto fuese ceremonia indispensable de las bodas.—LIPSIO N. de la E. E.