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Los anales.—Libro XII.

por los bosques y por los pantanos, según que la suerte d la virtud ofrecía ocasión al valor de cada uno. Unas veces llevados de temeridad impensada; otras del deseo de la presa, ya con orden de sus cabezas, y ya sin ella: todo esto con particular obstinación de los Siluros, que andaban irritados de ciertas palabras que se publicó haber dicho el capitán romano, es á saber: «que así como en otro tiempohabían sido extirpados de su patria los Sicambros y trasportados á la Galia, asimismo convenía destruir y acabar del todo el nombre de los Siluros.» Encendidos, pues, con esto, deshicieron dos cohortes de auxiliarios, que por avaricia de sus capitanes andaban robando con poco recato, y prendieron muchos; con cuya libertad, y con el beneficio de restituir la presa, procuraban obligar á la rebelión á las demás naciones; cuando Ostorio, cansado de la pesadumbre de tantos cuidados, dejó los de la vida, no sin gran alegría de los enemigos, que le tenían por capitán de estima, y porque, si no en batalla, era al fin muerto en la guerra.

Sabida por César la muerte del legado, porque la provincia no estuviese sin gobernador, envió en su lugar á Aulo Didio, el cual, pasando allá con diligencia, halló las cosas aún en peor estado que las había dejado su antecesor. Había peleado entretanto desgraciadamente la legión que estaba á cargo de Manlio Valente, y los enemigos engrandecían la fama de aquel suceso por dar terror al nuevo capitán; y aun él hacía lo mismo en orden á ganar mayor loor cuando por su medio se apaciguasen aquellas inquietudes y á tener más justa excusa en el suceso contrario.

Hecho este daño por los Siluros, corrían largamente la tierra, hasta qae fueron rechazados por Didio, que salió contra ellos. Después de la prisión de Caractaco, el mejor capitán que les quedaba á los enemigos era Venusio, de la ciudad de los Brigantes; fiel, como dije arriba, mucho tiempo á los Romanos, y defendido de sus armas mientras tuvo por mujer á la reina Cartismandua: mas nacida