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Los anales.—Libro XII.

le quedaba otro refugio que el de aquella fortaleza, y ésa falta de vituallas; y finalmente, que no quisiese aventurar con las armas lo que podía obtener sin sangre.» Mientras va difiriendo Mitridates la resolución de cosa tan ardua, teniendo ya por sospechosos los consejos del prefecto, por haber tenido trato con una de sus concubinas, y reputándole á esta causa por hombre aparejado á cometer cualquier maldad por dinero, llega Casperio á Farasmanes, y le requiere que dé orden á los Iberos para que levanten el cerco. El, respondiendo en público palabras de dos sentidos, y dándole algunas veces esperanza, adquiere con secretos mensajeros á Radamisto que solicite cuanto le sea posible la expugnación. Aumentóse entretanto el precio de la maldad; con parte del cual, sobornando Polión en secreto á los soldados, los induce á pedir la paz con amenazas de que se saldrían del castillo. Forzado Mitridates con esta necesidad, señala el día y el lugar en que se habían de estipular los conciertos, y sale del castillo.

Radamisto, en viéndole, se le arroja en los brazos, y fingiendo obediencia y respeto, le llama muchas veces suegro y padre. Añade á más de esto el juramento de no ejercitar contra él hierro ó veneno. Luego le lleva á un bosque sagrado cerca de allí, diciendo «que tenía en él preparado el sacrificio para autenticar la paz con testimonio de los dioses.» Usan aquellos reyes cuando hacen sus confederaciones asirse de las manos derechas, entremezclando los dedos unos con otros, y juntando los pulgares, se los atan estrechamente, hasta que, recogida en las puntas la sangre, con un tigero corte se sacan algunas gotas de ella, y se la lamen el uno al otro. Esta suerte de confederación y amistad se tiene por la más sacramental y estrecha, al fin, como consagrada con la propia sangre. Mas esta vez el que apretaba el lazo, haciendo como que caía, se abraza con las rodillas de Mitridates y da con él en tierra, y en un punto acudiendo los demás, lo encadenan y ponen grillos

Tomo II.
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