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Cayo Cornelio Tácito.

los reyes de Arcadia, anteponía el servicio público á su antiquísima nobleza, y se contentaba con sólo tener lugar entre los ministros del príncipe.» Mas Claudio afirmó que Palante se contentaba con el honor, y cuanto á lo demás, escogía el quedarse dentro de los límites de su antigua pobreza. Y de hecho se fijó este decreto del senado en público, grabado en bronce, por el cual era loado y engrandecido este liberto con todo aquello que se solía atribuir á la antigua templanza y parsimonia, sin embargo de que llegaba el valor de su hacienda á siete millones y medio de oro (trescientos millones de sestercios).

No procedía con la misma modestia un hermano suyo llamado Félix (1), poco antes puesto al gobierno de la Judea; el cual, confiado en la grandeza y apoyo de Palante, le parecía que podía cometer toda maldad sin castigo. A la verdad, los Judíos habían dado muestras de rebelarse al principio de la sedición, cuando rehusaron de obedecer á Cayo César, por otro nombre Caligula. Mas sabida su muerte, se quietaron, salvo que les quedaba entero el miedo de que otro príncipe no les mandase lo mismo (2). Entre tanto Félix iba acriminando estos delitos con aplicar remedios fuera de tiempo, teniendo por imitador en todo mal consejo á Ventidio Cumano, que tenía á su cargo parte de la provincia, dividida de esta suerte: que á Ventidio obedecían los Galileos, y á Félix los Samaritanos; naciones antiguamente discordes entre sí, y entonces con más descubierto aborrecimiento, por el poco respeto con que trataban á sus gobernadores. Llegaba el negocio á robarse unos á otros á la descubierta; enviaban cuadrillas de ladrones, hacían emboscadas, y algunas veces llegaban á justas bata(1) Este es ante quien fué llevado San Pablo á Cesarea.

(Act., cap. XXIII.)—N. del T. E.

(2) Lo que les mandó Caligula, según Josefo, fué que pusiesen en el templo de Jerusalén su estatua Galileos y Samaritanos, enemigos entre sí.—N. del T. E.