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Cayo Cornelio Tácito.

con el bosque, se vino á las manos á media espada, tal que, teniendo el enemigo cerradas las espaldas con el estaño ó lago y los Romanos con el río y los montes, daba á todos el sitio necesidad, la virtud esperanza, y sólo la victoria salud.

No eran los Germanos inferiores en el valor, aunque si en las armas y en el modo de pelear; porque aquella gran muchedumbre no podía en los lugares estrechos manejar las largas picas, ni valerse de la destreza ó velocidad de la persona, constreñida á menear las manos á pie firme. En contrario, los nuestros, con el escudo al pecho y la espada empuñada, herían aquellos cuerpos grandes y desnudos rostros, abriéndose camino con estrago del enemigo, habiendo ya perdido el ánimo Arminio, ó por los continuos peligros, ó por aquel nuevo trabajo. Donde Inguiomaro, discurriendo por la batalla y hallándose en todo, vino á quedar antes desamparado de la fortuna que del valor. Germánico, quitándose la celada para ser mejor conocido, exhortaba á los suyos «á que no perdonasen la vida á enemigo alguno, que no era tiempo de hacer prisioneros, pues sólo con el fin y entera destrucción de aquella gente se podía fenecer la guerra». Hecha partir hacia la tarde una legión á preparar el alojamiento, las otras hasta la noche se hartaron de sangre enemiga, habiendo la caballería peleado sin ventaja.

El césar, loados en el parlamento los vencedores, hizo levantar un trofeo de armas con este soberbio título: EL EJÉRCITO DE TIBERIO CÉSAR, SOJUZGADAS LAS NACIONES ENTRE EL RHIN Y EL ALBIS, CONSAGRA ESTA MEMORIA Á MARTE, Á JÚPITER Y A AUGUSTO.

ó No añadió otra cosa de su persona, ó por huir la envidia, porque le pareció que es bastante paga de cualquiera acción, por noble y generosa que sea, la satisfacción de nuestra propia conciencia. Ordenó después á Estertinio que mo-