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Los anales.—Libro II.

No provocaron tanto la ira y el dolor de los Germanos las heridas, el llanto y la destrucción como los movió la afrenta de este espectáculo; tal, que los que no trataban ya sino de desamparar sus propias tierras y retirarse de allá del Albis, piden de nuevo la batalla: arrebatan las armas, y juntos nobles y plebeyos, viejos y mozos, inquietan y acometen de improviso el campo romano. Escogen, finalmente, un puesto cerrado entre el río y los bosques, dentro del cual había una llanura estrecha y pantanosa. Todo este puesto estaba rodeado de una profunda laguna, salvo un breve espacio donde los Angrivarios habían levantado un trincherón ó calzada muy ancha, por término y mojón entre sus tierras y las de los Queruscos. Aquí alojaron su gente de á pie, escondiendo su caballería en los vecinos bosques consagrados, para embestir la retaguardia de las legiones en viéndolas entrar por la espesura de las selvas.

No ignoraba estos designios Germánico, advertido de los consejos del enemigo y de sus acciones públicas y secretas, de todo lo cual se servía para emplearlo en daño de sus contrarios. Dió el cargo de los caballos y el llano á Seyo Tuberón, legado, y ordenó de suerte la infantería que una parte entrase por la llanura en el bosque, y la otra acometiese el trincherón ó calzada; escogió para sí el puesto más peligroso, dejando los demás á los legados. Los que iban por la campaña pasaron adelante fácilmente, mas los que habían de ganar el trincherón, arrimándose á él, como si se arrimaran al pie de una muralla, eran de arriba gravemente ofendidos. Conoció luego el general la desigualdad que había en pelear los suyos de tan cerca, y haciendo retirar un poco las legiones, ordenó que los honderos y tiradores de otras armas arrojadizas quitasen al enemigo de la defensa. Tirábanse armas enastadas con las máquinas, y cuanto más altos se descubrían los defensores, tanto más eran heridos y derribados. Fué el primero el César, que con las cohortes pretorias se apoderó del trincherón, y cerrando 6