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Los anales.—Libro II.

forme á las antiguas costumbres. Que habían sido de una manera las riquezas de los Fabricios y de otra las de los Scipiones, aunque todas proporcionadas á la república, la cual, mientras fué pobre, era necesario que lo fuesen también los ciudadanos. Mas llegada después á tanta grandeza, consecuentemente habían crecido las haciendas particulares; que ni de criados, de plata, ni de otra cosa de las que se ponen en uso, puede decirse que es mucho ó que es poco, pues todo se regula con la fortuna del que lo posee; que á esta causa se distinguían las rentas de los senadores y de los caballeros (1), no porque entre sí sean diversos de naturaleza, mas porque haya precedencia en los lugares, en los órdenes y en la dignidad; y ni más ni menos en las demás cosas que se aparejan por recreación del ánimo ó por la salud del cuerpo; si ya no queremos que los más ilustres y aparentes hayan de tener todo el cuidado, y exponerse á mayores peligros y estar privados de aquellas cosas que facilitan y ablandan semejantes penalidades». La conformidad de los oyentes y la cubierta de vicios, so color de nombres honestos, hizo agradable á todos el parecer de Galo, añadiendo Tiberio: «que no era aquel tiempo de reforma, ni faltaría, si en alguna cosa se excediese á las buenas costumbres, quien estudiase en corregirlas».

Entre estas cosas, reprendiendo Lucio Pisón las ambiciosas negociaciones de los que seguían el foro, la corruptela de los jueces, la crueldad de los oradores, que de ordinario amenazaban de poner acusaciones, protestó de quererse partir de Roma y de irse á vivir en algún lugar en el campo apartado y escondido: y diciendo esto se parte del senado.

Conmovido de esto Tiberio, á más de aplacar á Pisón con palabras amorosas, hizo también que sus parientes con su autoridad y ruegos le detuviesen. No dió menor señal (1) El censo ó renta de éstos debía ser de 400.000, y de 1.200.000 sextercios el de los primeros.