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Cayo Cornelio Tácito.

Hallábase en el campo un cierto Percenio, hecho soldado gregario de cabo de comediantes, pronto de lengua y por la plática de los términos histriones aparejado á fomentar tumultos. Ese, moviendo los ánimos más groseros y los dudosos del estado de sus cosas en esta mudanza, ocasionada de la muerte de Augusto, comenzó poco á poco, de noche ó á boca de noche, después de retirados los mejores, á hacer sus juntas de los más ruines. Ganando después compañeros y ministros, no menos inclinados á la sedición, preguntaba, como si predicara en junta de gente, la causa ¿por qué á manera de esclavos obedecían á poco número »de centuriones y menos de tribunos, y que hasta cuándo »dilatarían el atreverse á pedir remedio, si entonces, que era el príncipe nuevo y acabado apenas de establecer en el estado, no le representaban sus pretensiones ó se las »hacían saber con las armas? Que habíar. pecado hartos »años de bajeza de ánimo, sufriendo treinta y cuarenta de »milicia, viejos ya y acribillados de heridas; que hasta los »que llegaban á ser jubilados no conseguían el fin de sus »trabajos; pues, arrimados á las mismas banderas, se les »hacía padecer en la misma forma, aunque con nombres »diferentes: y si sucedía el alcanzar algunos tan larga vida »que pudiesen ver el fin de tantas miserias, el pago era ser »llevados á tierras extrañas, donde, so color de reparti»mientos, les hacían cultivar tierras pantanosas ó monta»ñas estériles con nombre de heredades. Y que por más »que la milicia era infructuosa y dura, lo era mucho más »el ver estimar el alma y el cuerpo de un soldado en un pobre medio real al día, y haberse de proveer con él »de vestidos, armas y tiendas, y rescatar la crueldad de los »centuriones las vacantes de los trabajos. Mas, por Hércu»les, que los golpes, las heridas, el frío del invierno, »el sudor del verano, la guerra atroz ó la paz estéril, eran »todas cosas infinitas: no quedando ya otro remedio que »»ordenar la milicia debajo de leyes ciertas de acrecentar á