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Los anales.—Libro I.

un denario al día la paga. Que tras diez y seis años de servicio quedase cada cual libre, sin obligación de »seguir más bandera, recibiendo su recompensa en dinero »de contado antes de salir del campo. ¿Por ventura los pre»torianos, decía él, que tienen dos denarios al día y aca»bados los diez y seis años se van á sus casas, pónense á »mayores peligros? Dígase sin ofensa de las guardias que phacen en ciudad, que nosotros, á lo menos entre estas »hórridas gentes, desde nuestras barracas vemos siempre »al enemigo».

Altérase con esto el vulgo de los soldados, mostrando quién las cicatrices y los golpes, quién la barba blanca, y muchos dando en restro con los vestidos rotos y los cuerpos desnudos. Al fin, entrados en furor, pensaron en hacer una legión de todas tres. La emulación de querer cada uno para sí esta honra, los hizo mudar de propósito, y juntas en uno las tres águilas y las banderas de las cohortes, levantan de céspedes un tribunal (1) para hacer el asiento más vistoso y autorizado. Mientras solicitan la obra, llega Bleso, y comienza á reprenderlos de uno en uno, y á detenerlos gritando: «Manchad primero las manos en mi sangre: menor delito será matar al legado que rebelaros al príncipe; ó vivo yo conservaré vuestra fe, ó degollado apresuraré vuestro arrepentimiento.» No por esto dejaban de trabajar en la obra, trayendo á gran furia céspedes, y teníanla ya levantada hasta los pechos, cuando al fin, vencidos de su propia obstinación, desampararon la empresa. Bleso, con particular destreza y buen término, les comenzó á meter por camino, diciendo «que no convenía mostrar sus deseos al César por vía de »sedición y tumultos: ni los antiguos con sus generales, ni (1) Acostumbraban los Romanos levantar en los reales un sitio elevado cubierto de césped, donde ponían las banderas, y desde el cual arengaba el general á los soldados.