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Los anales.—Libro I.

disciplina militar; tanto más cruel para con los otros, cuanto mejor la había experimentado y sufrido en sí mismo.

A la llegada de éstos volvió á tomar pie la sedición, de tal manera, que desbandados, comenzaron á saquear por todas partes. Bleso, para escarmentar á los demás, hizo azotar y poner en prision á algunos pocos de los que volvían cargados de presa: estaban todavía en obediencia los centuriones y soldados de más tomo. Mas los presos resistían válidamente a los que los llevaban; abrazábanse á las rodillas de los circunstantes; llamaban á cada uno por su nombre, y luego á las centurias ó compañías de donde eran soldados; pedían socorro á las cohortes y legiones, diciéndoles á voces que se les aparejaba á todos el mismo peligro. Comienzan luego á cargar de injurias al legado, llamando al cielo y á los dioses por testigos, no dejando cosa por hacer para engendrar aborrecimiento ó mover á piedad, á temor y a rabia, hasta que, concurriendo la multitud, rotas las prisiones, los libran; sacando á las vueltas con ellos otros muchos presos, condenados por haber desamparado el campo y por otros delitos capitales.

Crece con esto la fuerza y multiplícanse las cabezas de la sedición. Entonces un cierto soldado ordinario, llamado Vibulene, levantado ante el tribunal de Bleso sobre los hombros de los circunstantes, comenzó á decir á grandes voces: «Vosotros, oh soldados, habéis restituído la luz y el espíritu á estos pobres inocentes; mas ¿quién restituirá la vida á mi hermano, el cual, enviado por vosotres al »ejército de Germania por el bien público, ha hecho degopilar esta noche Bleso por sus giadiatores (1), á quien arma y sustenta para la destrucción de los soldados? Respón(1) Era muy común que los generales, lo mismo que los gobernadores de provincia, mantuviesen gladiadores para dar espectáculos en los campamentos y en las ciudades.