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Cayo Cornelio Tácito.

»deme, oh Bleso, já dónde hiciste echar el cuerpo? que los enemigos mismos no rehusan de entregarlos para darles »sepultura: y después que con besos y con lágrimas haya »yo desfogado la fuerza de mi dolor, mándame matar »también, con tal que muertos, no por algún delito, sino »por servicio de las legiones, no se nos niegue á lo menos »la sepultura.» Ayudaba á inflamar estas palabras con un fiero llanto, hiriéndose una con otra las manos, y con ambas el pecho y el rostro. Luego, apartándose un poco los que le sustentaban en hombros, y caído en tierra, comienza á revolverse y asirse á los pies de todos, concitando tal espanto y odio, que una parte de los soldados movió para matar á los gladiadores, otra á los criados y familia de Bleso, mientras otros andaban en busca del cuerpo; y si presto no se descubriera que no se hallaba el muerto; que los criados, aunque atormentados, negaban el hecho, y que el hombre no tenía hermano, no estaban muy lejos de matar el legado. Con todo eso, echados los tribunos y prefectos del campo, robado el vagaje de los que huían, mataron al centurión Lucilio, llamado de los soldados Daca el otro; porque, roto un bastón en las espaldas de un soldado, solía decir á voces: «Daca el otro, daca el otro.»» Los demás se escondieron, reteniendo solamente á Clemente Julio como persona de ingenio y apto á referir las comisiones de los soldados. A más de esto, la legión octava y la quincena hubieran de venir á las manos, mientras aquélla quiere que muera un centurión llamado Sirpico, y ésta le defiende, si los soldados de la novena no se hubieran interpuesto con ruegos y amenazas.

Estas cosas, sabidas por Tiberio, le obligaron, aunque de condición cerrado y hecho á encubrir las malas nuevas, á enviar a su hijo Druso con los principales de Roma y dos cohortes pretorias, reforzadas de escogidos soldados, sin otra orden expresa que de aconsejarse en la ocasión. Añadió buen golpe de caballos pretorianos y el nervio de los