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Cayo Cornelio Tácito.

»siendo como somos los últimos en la culpa, no procura»remos ser los primeros en el arrepentimiento? Las de»mandas hechas en común tarde alcanzan sus efectos; mas »las particulares á un mismo tiempo se merecen y se reci»ben.» Conmovidos de estas cosas los ánimos, aun entre si sospechosos, sepáranse el tirón del veterano y una legión de otra, y volviéndoles poco á poco la voluntad de obedecer, desamparan la guardia de las puertas y vuelven á plantar las banderas en los propios lugares de donde las habían arrancado al principio de la sedición.

Druso, venido el día é intimado el parlamento, aunque poco fecundo, ayudado al fin de su ingenua nobleza, condena las cosas pasadas, loa las presentes, diciendo ««que no era hombre para dejarse vencer de miedos ni amenazas, mas que si los ve inclinados á humillarse y obedecer, no dejará de escribir á su padre que, aplacado, mire con buenos ojos sus pretensiones». Á ruego de ellos, pues, se envían á Tiberio el mismo Bleso y Lucio Apronio, caballero romano de la cohorte de Druso, y Justo Catonio, centurión del primer orden. Disputóse después si sería bien aguardar, como querían algunos, la vaelta de los embajadores y mitigar en tante á los soldados con mansedumbre. Todavía eran utros de parecer que usase de remedios más rigurosos, diciendo «que el vulgo no consiente medio; el cual es cierto que en dejando de tener temor causa temor, mas después de una vez atemorizado se puede menospreciar sin peligro; y que así, mientras hacía su oficio en ellos la superstición, era bien asegurarse el capitán con la muerte de los autores del motin».

Druso, de su naturaleza inclinado al rigor, hechos llamar Percenio y Vibuleno, ordena que sean muertos.

Quieren algunos que los mandó matar dentro de su propia tienda, y otros, que sus cuerpos fueron echados fuera de los reparos y palizadas para ser vistos de todos. Después de esto, buscándose los principales autores del me-