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Cayo Cornelio Tácito.

ndre y la república; mas él de su propia majestad y el im»perio romano de los demás ejércitos serán defendidos. A »mi mujer y á mis hijos, á quienes de buena gana ofreceré »á la muerte por vuestra honra, aparto ahora de poder de »los insolentes, para que la maldad que sólo os queda por »hacer se purgue solamente con mi sangre, y de miedo que »la muerte del biznieto de Augusto y de la nuera de Tibe»rio no puedan acrecentaros la culpa. Sepamos ¿á qué cosa »no os habéis atrevido estos días? ¿qué no habéis gastado »y violado? ¿qué nombre podré dar yo á esta junta? ¿os lla»maré soldados, habiendo con las armas en la mano sitiado »al hijo del emperador? ¿llamaré ciudadanos á los que con »tanto exceso menosprecian la autoridad del senado? Mas »¿qué podré llamaros habiendo violado las leyes observa»das hasta de los enemigos, el sacramento de la embajada »y la razón de las gentes? El divo Julio con una sola pala»bra quietó la sedición del ejército, llamando quirites á aquellos que contra el juramento rehusaban seguirle. El »divo Augusto, con el rostro y con el aspecto aterró las legiones actiacas. Nos, puesto que no iguales de ellos, al »fin descendientes suyos, si hubiésemos sido menospre»ciados por los soldados de España ó de Siria, menos mal, »aunque indignidad y maravilla grande; mas por vosotras, »primera y vigésima legiones, habiendo recibido aquélla »las banderas de Tiberio, y tú, cempañera en sus guerras »y reconocida de tantos premios, ¡generoso galardón dais »á vuestro capitán! ¡Daré yo esta nueva á mi padre, mien»»tras de las demás provincias oye cosas alegres, que sus »tirones, sus veteranos no se hartan con la licencia y con »el dinero! que solamente aquí se matan los centuriones, »se destierran los tribunos, se prenden los embajadores, »se tiñen de sangre los alojamientos y los ríos, y yo, entre »tantos que me aborrecen, compro la vida con ruegos!

»¿Por qué en el parlamento del primer día me arreba»tasteis de la mano la espada con que me atravesaba el pe-