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Los anales.—Libro I.

»cho? ¡Oh amigos inconsiderados! mejor hizo y más amor » me mostró aquel que me ofreció la suya. Hubiera muerto »á lo menos sin haber visto tantas maldades en mi ejército; »hubiérades vosotros elegido un capitán, que aunque dejara mi muerte sin venganza, no dejara de tomar la de Varo y de las tres legiones. ¡No quiera Dios que sea de los »Belgas, aunque se ofrecen á ello, el honor y la gloria de »subvenir al nombre romano y de reprimir los pueblos de Germania! Tu espíritu, ¡oh dive Augusto! que vive en el »cielo; tu imagen ¡oh padre Druso! y tu memoria con estos »soldados, entre quien parece que comienza á tener lugar la vergüenza y la honra, laven esta mancha y vuelvan las wiras civiles en destrucción de los enemigos. Y vosotros, »en quien voy viendo otro aspecto y otro corazón, si que»réis restituir al senado los embajadores, al emperador la »obediencia, y á mi mi mujer y mi hijo, apartaos de la »contagión, separaos de los em pestados, que esta será »clara señal de vuestro arrepentimiento y firme atadura de vuestra fidelidad.» Á estas palabras, confesando que se les decía verdad, arrojados á sus pies, le ruegan «castigue á los culpados, perdone á los inocentes y los lleve contra el enemigo: que vuelvan Agripina y su hijo, crianza de las legiones, sin darlos en rehenes á los Galos»». De la vuelta de Agripina se excusó por hallarse cercana al parto y por el invierno: concedió la vuelta de su hijo; lo demás dejó que lo ejecutasen ellos. Vueltos, pues, en sí y mudados de voluntad, atan á los sedieiosos y entréganlos en poder de Cayo Cetronio, legado de la legión primera, el cual ejecutó en este modo el juicio y castigo de cada uno. Estaban en pie alrededor del tribunal los soldados de las legiones con las espadas desnudas, y el reo, subido en el rellano de él, era mostrado al pueblo por el tribuno: si gritaban que era culpado, lo arrojaban abajo, donde le hacían pedazos, alegrándose los soldados de aquella matanza como si se hubieran ellos