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Los anales.—Libro I.

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53 bosques resonantes; á los Romanos pequeños fuegos, voces interrumpidas, echados acá y acullá junto los reparos, dando vueltas alrededor de las tiendas, antes desvelados que vigilantes. Espantó al capitán un sueño cruel: parecióle que veía salir de aquellos pantanos á Quintilio Varo, sucio de sangre, y que oyó que lo llamaba; aunque, rehusando el seguirle, le desvió la mano que le ofrecía. Al abrir del día, las legiones de los lados, ó por temor ó por poca obediencia, desampararon sus puestos retirándose á lo enjuto. No los embistió Arminio como pudiera en aquel punto; mas cuando los vió embarazados en el lodo, el bagaje en los fosos, á los soldados en conocido trabajo y desorden, la banderas mezcladas y confusas, y, como suele suceder en tales aprietos, cuidadoso cada cual de sí mismo y sordo á las provechosas órdenes del capitán, manda á sus Germanos que embistan, gritande él: «Veis allí á Varo y á las legiones vencidas otra vez por el mismo hado. Y diciendo esto, cierra acompañado de gente escogida, y abre el escuadrón romano, hiriendo particularmente á los caballos, los cuales cayendo en aquel suelo pantanoso y bañado de su sangre, caían sobre sus propios señores, atropellaban á los circunstantes y pisaban á los ya caídos. El mayor trabajo fué el que se pasó junto á las águilas, no pudiéndose llevar contra las armas arrojadas, ni hincarlas bien en aquel terreno lodoso y blando. Cecina, sustentando la batalla, hubiera de quedar en prisión á causa de haberle muerto el caballo, si no fuera socorrido por la legión primera. Aprovechó la codicia de los enemigos, que por acudir á la presa dejaban de matar; con que hacia la tarde pudieron pasar á lo llano y enjuto las legiones. No tuvieron fin aquí las miserias: fué necesario plantar estacas y buscar materia para fortificarse, puesto que se habían perdido la mayor parte de los instrumentos de cavar y vaciar la tierra, de hacer fagina y cortar céspedes; no había tiendas para los manípulos, ni forma de curar los heridos, y