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Los anales.—Libro I.

de la esperanza, de la codicia y de diversos pareceres de capitanes. Aconsjeaba Arminio que los dejasen salir, y que de nuevo los metiesen en lugares pantanosos, embarazados. El parecer de Inguiomaro fué más feroz, y á esta causa más á gusto de aquellos bárbaros; es á saber: que se rodeasen los reparos, que siendo fácil su expugnación sería mayor el número de prisioneros, y gozarían de la presa más entera. Así, pues, venido el día comienzan á henchir los fosos, arrojan cantidad de zarzos, trepan por las estacas guardadas de pocos soldados, y esos como mostrándose temerosos; mas cuando los Romanos vieron que el enemigo se había puesto en razonable distancia, dada la señal de arremeter, salen con gran estrépito de cuernos y trompetas; y á grandes voces, mientras les obligaban á volver las espaldas, les iban diciendo: «que allí sí era buen lugar de pelear donde no había bosques ni pantanos, sino el campo sin ventaja y los dioses no parciales.» Habíanse prometido los enemigos la victoria fácil, imaginando que eran pocos y desanimados los que defendian el alojamiento; y así concibieron el estruendo de las trompas y resplandor de las armas por tanto mayor, cuanto lo habían tenido menos; y como demasiado atrevidos en el tiempo próspero, perdidos de ánimo en el adverso, caen y perecen. Huyeron Arminio & Inguiomaro, el primero sano y el segundo mal herido: el vulgo fué pasado á cuchillo todo el tiempo que duraron la cólera y el día. Recogidas finalmente las legiones á la noche, aunque con más heridos y con la misma necesidad de bastimentos, tomaron fuerzas, salud, abundancia y todo lo demás de la victoria.

Habíase esparcido tanto la fama del ejército sitiado, y que los Germanos iban con el suyo sobre las Galias, que si Agripina no hubiera prohibido el romper el puente sobre el Rhin, no faltara quién de puro miedo se hubiera atrevido á tal vileza; mas aquella generosa mujer, haciendo aquellos días oficio de capitán, dió á los soldados, según