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Cayo Cornelio Tácito.

ánimo de los soldados, pensaba en sí el mejor medio para poderlo hacer con verdad y entereza. Sabía bien que los tribunos y centuriones tienen por costumbre decir las cosas, más como saben que han de agradar que como ellos las entienden. Conocía que los libertinos conservan siempre aquel ánimo servil, y que entre los amigos de los principes suele reinar de ordinario la adulación. Si hacía parlamento en general á todos, allí también sucedía gritar á bulto muchos lo que comenzaban á decir pocos. Resolvióse al fin, para tener conocido el ánimo de su gente, en procurar oir él mismo lo que los soldados decían á sus camaradas, entre las viandas militares, cuando más seguros estuviesen de que no eran oídos, profiriendo sin respetos su esperanza ó su temor.

Venida la noche, sale por la puerta augural (1), y camina por lugares encubiertos y no practicados de las rondas en compañía de uno solo, y disfrazado con el pellejo de una fiera sobre las espaldas, discurre por los cuarteles, arrimando el oído á las tiendas y ranchos de los soldados y gozando de las pláticas que se hacían de él. Unos le alababan de capitán nobilísimo; otros de gracia y gentileza; muchos engrandecían su paciencia, su cortesía y su valor siempre uno y de una manera, tanto en las cosas de gusto como en las graves, confesando que era general obligación darle las gracias de todo, y corresponderle peleando, y juntamente sacrificando á la gloria y á la venganza á aquellos pérfidos violadores de la paz. Estando en esto, uno de los enemigos que sabía la lengua latina, llegándose con su caballo á los reparos, comenzó á dar voces, prometiendo de parte de Arminio mujeres, campos y dos ducados y medio (cien sextercios) de paga cada día á los que se pasen á su servi(1) Dábase el nombre de augural al sitio que estaba á la derecha de la tienda del general (pretorio), donde se consultaban los augurios y se alimentaban las gallinas sagradas. -