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por delante, señal inequívoca de que los indios se disponían á atacar.

Aquel día no pareció indio alguno por el alojamiento de los españoles. A media noche asomó la luna y se oyó tropel de caballos y ladridos de perros de la indiada. Avisados por los escuchas, los soldados de Mascardi se prepararon á la defensa, cargando los fusiles; pero como el ruido se alejó, se su puso que los indios harían una de las fiestas nocturnas á las que son tan aficionados.

Así era; en esta noche tenían una gran junta al pie: del árbol del huecuba. La morada de este genio maléfico suele ser un algarrobo secular que crece solitario en la llanura, de tronco arrugado y torcido, y de ramas casi siempre desnudas, en las que los indios cuelgan sus ofrendas. El huecuba araucano corresponde al hualicho pampa, por lo que los brujos de Antullanca y de Melicurrá oficiaban de consuno.

Las ceremonias del conjuro se ajustan á un ritual determinado.

Primero echan puñados de tierra: al aire para que la neblina lo envuelva todo y entregue el