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das las princesas indias que encontraba en el camino y ellas le dieron interesantes informaciones. Algunas hablaban el español y le acompañaron de intérpretes.

A los cuatro meses de viaje, en Marzo de 1783, el navegante alcanzó á ver el Cerro Imperial, un picacho andino con honores de volcán que se refleja en las aguas del Chaja-lauquen (laguna de los chajás), ya reconocido por Falkner. Días después tropezó con el Río Limay, que viene del lago Nahuelhuapí; pero como sus instrucciones eran buscar el camino á Valdivia, entró en otro afluente del Negro, el río Caleofú, llegando al sitio hoy correspendiente al pueblo argentino Junin de los Andes. Lo mismo que Cabrera halló tantas manzanas silvestres, que Villarino, en su Diario, calcula en treinta mil las que gastó y llevó para su avío. En estos parajes encontró el navegante indios estables, y al altivo cacique Chulilaquin, que usaba un gran bastón de mando, regalo del virrey de Buenos Aires. Como á los españoles sólo los quería por el interés, después de sacarle á Villarino aguardiente, tabaco, hierba-mate, bizcocho, sombreros y hasta las cobijas de su cama, trató de armarle una zancadilla, así como el Cacique Negro hizo con Mascardi; pero no encontró quien le ayudara: antes por el