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da ésta en los altos de la marcha, agrupa á su alrededor los demás caballos, permitiendo al jinete cambiar de animal. El cansancio, la muerte de un caballo al dejar á pie al viajero en la inmensidad de la pampa, lo reduce á la condición de un águila con las alas rotas; de ahí la necesidad de las caballadas en un viaje largo por la llanura.

La milicia de Hernandarias podemos figurarnos en que consistiría: pocos españoles soldados, como se llamaba en Indias á los solteros sin arraigo que no tenían casa puesta, gente corrompida y haragana que expedicionaba á la frontera las más de las veces para hacerse perdonar un delito; y "yanaconas" (indios de servicio) y mestizos, éstos enroladas al aliciente de la vida aventurera, y de cuatro reales, más el reparto de carne, tabaco y yerba, que constituían el pré de las milicias del Plata.

Cada grupo de veinte, treinta ó cuarenta soldados tenía un capitán elegido entre los vecinos principales de la ciudad. El que aceptaba este cargo debía tener armas propias, jurar el pendón real y suministrar pólvora y caballos á infantes y jinetes de su compañía. Los soldados le obedecían en cosas de guerra; en lo demás, su autoridad era nominal.

La milicia indiana era polígama, como el enemi-