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Los Perseguidos
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de manos. Falió para su dicha completa que yo le hubiera preguntado:—«¿Pero no teme su amigo que lo descubran al delatarse asi? Ahora que sabía yo en realidad quién era el perseguido, me prometía provocarle esa felicidad violenta, y esto es lo que iba pensando mientras caminaba.

Pasaron sin embargo quince días sin que volviera a verlo. Supe por Lugones que había vuelto a su casa, llevándole las confituras—buen regalo para él..

—Me trajo también algunas para Vd. Como Díaz no sabía donde vive—creo que Vd. no le dió su dirección—Jas dejó en casa. Vaya por allá.

—Un día de éstos. ¿Está acá todavía?

—¿Díaz Vélez?

—Si.

—Sí, supongo que si; no me ha hablado una palabra de irse.

En la primera noche de lluvia fuí a lo de Lugones, seguro de hallar al otro. Por más que yo comprendiera como nadle que esa lógica de pensar encontrarlo justamente en una noche de lluvia era propia de perro o de loco, la sugestión de las coincidencias absurdas regirá siempre los casos en que el razonamiento no sabe ya qué hacer.

Lugones se rió de mi empeño en ver a Diaz Vélez.

—¡Tenga culdado! Los perseguidos comienzan adorando a sus futuras víctinas. El se acordó muy bien de Vd.

—No es nada. Cuando lo vea me va a tocar a mi divertirme.