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Los Perseguidos
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Sí, doblé en Viamonte y me aparé para alcanzarlo.

También tenía deseos de verlo.

— Yo también. No ha vuelto por lo de Lugones?

—Sí, y gracias por las chancacas; muy ricas, Nos callamos, mirándonos.

—¿Cómo le va ?—rompi sonriendo, expresándole en la pregunta más certeza de cariño que deseos de saber en realidad cómo se hallaba.

— Muy bien— me respondió en igual tono. Y nos sonreinos de nuevo.

Desde que comenzáramos a hablar yo había perdido los turbios centelleos de alegria anteriores. Estaba trauquilo otra vez: eso sí, lleno de ternura con Diaz Vélez, Creo que nunca he mirado a nadie con más agrado que a él en esa ocasión.

—¿Esperaba el tranvíu?

—Sí afirmó mirando la hora.—Al bajar la cabeza al reloj, vi rápidamente que la punta de la nariz le llegaba al borde del labio superior. Irradióme desde el corazón un ardiente cariño por Díaz.

—¿No quiere que tomemos café? Hace un sol maravilloso... Suponiendo que haya comido ya y no tenga urgencia..

—Sí, no; ninguna — contestóme con voz distraida, siguiendo con la vista un solo riel de la vía.

Volvimos. Posiblemente no me acompañó con decidida buena voluntad. Yo lo deseaba muchisimo más alegre y suti! —sobre todo esto último. Sin embargo, mi efnsiva ternura por él dió tal animación a mi voz que a las tres cuadras Diaz cambió. Hasta entonces no habia hecho más que extender el bigote derecho con la mano izquierda, asintiendo sin mirarme. De ahí en adelante echó las manos atrás. Al llegar a Corrientes no sé qué endiablada cosa le dije—se sonrió je un modo imper-