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Los Perseguidos
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mis ideas se precipitaban superponiéndose unas sobre otras con velocidad inaudita y terrible expansión rectilinea; cada una era un impulso incontenible de provocar situaciones ridículas y sobre todo inesperadas; ganas locas de ir hasta el fin de cada una, cortarla de repenteseguir esta otra, hundir los dos dedos rectos en los dosojos separados de Díaz Vélez, dar porque si un grito enorme tirándome el pelo; y todo por hacer algo absurdo,y en especial a Díaz Vélez. Dos o tres veces lo mirė fugezmente y bajć la vista. Debía de tener la cara encendida porque la sentía ardiendo.

Todo esto pasaba mientras el mozo acudía con su bandeja, servia el café y se iba, no sin antes echar a la calle una mirada distraída. Díaz continuaba desganado, lo que me hacía creer que cuando lo detuve en Charcas pensaba en cosa muy distinta que en acompañar a un loco como yo...

¡Eso es! Acababa de dar con la causa de mi desasuslego: Díaz Vélez, loco maldito y perseguido, sabia perfectamente que lo que yo estaba haciendo era obra suya.

«Estoy seguro de que mi amigo—se habría dicho—va a tener la pueril idea de querer espautarme cuando nos veamos. Si me llega a encontrar fingirá impulsos, sicologías. persecuciones; me seguirá por la calle haciendo muecas, me llevará después a cualquier parte, a tumar café»...

¡Se equivoca com—ple—ta—men—te!—le dije, poniendo los cudos sobre la mesa y la cara entre las inanios. Lo miraba sonriendo, sin duda, pero sin apartar mis pupilas de las suyas.

Díaz me miró sorprendido de verme salir con esa frase inesperada.

—¿Qué cosa?

—Nada, esto no más: ¡se equivoca com—ple—ta—men—te!