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Los Perseguidos
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descubierto sobre la mmesa, frente a frente, sin perdernor un gesto. Sabia que yo sabia que quería jugar conmigo otra vez, como la primera noche en lo de Lugones ysin embargo, se arriesgaba a provocarine.

De golpe me serené; ya no se trataba de dejar correr las moscas subrepticiamente por el propio cerebro por ver qué harían, sino acallar el enjambre personal para oir atentamente el zumbido de las moscas ajenas.

Tal vez,—le respondi de un modo vago cuando concluyó.

—Usted creía que yo era perseguido, ¿no s cierto?

—Creia.

—¿Y que cierta historia de un amigo foco que le conté en lo de Lugones, era para burlarine de usted?

— Si.

—Perdóneme que siga. ¿Lugones le dijo algo de mi?

—Me dijo..

—¿Qué era perseguido?

—Sí, Y usted cree mucho más que antes que soy perseguido. ¿Verdad?

—; Exactamente!

Los dos nos echamos a reir, apartando al mismo tiempo la vista. Díaz llevó la taza a la boca, pero a medio camino noto que estaba ya vacía y la dejó. Tenia los ojos más brillantes que de costumbre y fuertes ojerasno de hombre, sino difusas y moradas de mujer.

— Bueno, bueno,—sacudió la cabeza cordialmente.—Es difícil que no crea eso. Es posible, tan posible como esto que le voy a decir, óigame bien: Yo puedo o no ser perseguido; pero lo que es indudable es que el empeño suyo es hacerme ver que usted también lo es, tendrá por consecuencia que usted, en su afán de estudiarme, acabará por convertirse en perseguido real, y yo enton-