Página:Los Perseguidos - Horacio Quiroga.pdf/20

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página no ha sido corregida
18
Horacio Quiroga
 

ces me ocuparé en hacerle muecas cuando no me vea, como usted ha hecho conmigo seis cuadras seguidas, hace media hora... Y esto también es cierto: los dos nos vemos bien; usted sabe que yo—perseguido real e inteligente,—soy capaz de fingir una maravillosa normalidad; y yo sé que usted—perseguido larvado — es capaz de símular perfectos miedos. ¿Acierto?

—Si, es posible haya algo de eso.

—Algo? No, todo.

Volvimos a reirnos, apartando enseguida la vista. De pronto puso los dos codos sobre la mesa y la cara entre jas manos, como yo un rato antes.

Y si yo efectivamente creyera que usted me persigne?

Vi sus ojos de arsénico fijos en los míos. Entre nuestras dos miradas no había nada, nada más que esa pregunta perversa que lo vendía en un desmayo de su astucia.

¿Pensó él preguntarme eso? No; pero su delirio estaba sobradamente avanzado para no sufrir esa tentación. Se sonreía, con su pregunta sutil; pero el loco, el loco verdadero se le había escapado y yo lo veía en sus ojos, atlsbándome.

Me encogí desenfadadamente de hombros, y como quien extiende al azar la mano sobre la mesa cuando va a cambiar de postura, cogí disimuladamente la azucarera.

Apenas lo hice, tuve vergüenza y la dejé. Díaz vió tods la maniobra sin bajar los ojos.

—Sin embargo, tuvo miedo—se sonrió.

—No le respondí alegremente, acercando más la silla — Fué una farsa, como la que podía hacer cualquier amigo mío con el cual nos viéramos claro.

Yo sabía bien que él no hacía farsa alguna, y que a través de sus ojos inteligentes desarrollando su juego sutil, el loco asesino continuaba agazapado, como un