Página:Los Perseguidos - Horacio Quiroga.pdf/21

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página no ha sido corregida
Los Perseguidos
19
 

animal sombrío y recogido que envia a la descubierta a los cachorros de la disimulación. Poco a poco la bestia se fué retrayendo, y en sus ojos comenzó a brillar la ágil cordura. Tornó a ser dueño de sí, apartóse bien el pelo luciente y se rió por última vez levantándose.

Ya eran las dos. Caminamos hasta Charcas hablando de todo, en un común y tácito acuerdo de entretener la conversación con cosas bien naturales, a inodo del diálogo cortado y distraído que sostiene en el tranvía un viejo matrimonio.

Como siempre en esos casos, una vez detenidos ninguno habló nada durante algunos segundos, y también como siempre lo primero que se dijo nada tenía que ver con nuestra despedida.

—Malo, el asfalto—insinué con un avance del mentón.

—Sí, jamás está bien—respondió en igual tono.¿Hasta cuándo ?

—Pronto. ¿No va a lo de Lugones?

—Quién sabe... Digame: ¿dónde diablos vive Vd?

No me acuerdo.

—Le dí mi dirección.

— Piense ír?

—Cualquier día...

Al apretarnos la mano, no pudimos menos de mirarnos en los ojos y nos echamos a reír al mismo tiempo, por centésima vez en dos horas.

—Adlós, hasta siempre!

A los pocos metros písé con fuerza dos o tres pasos seguidos y volví la cabeza; Díaz se habia vuelto también. Cambiamos un último saludo, él con la mano izquierda, yo con la derecha, y apuramos el paso al mismo tiempo.

¡Loco, maldito loco! Tenía clavada en los ojos su mirada en el café: yo había visto bien, había visto tras el