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Los Perseguidos
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surgió la aniquilante angustin del hombre que en una casa sola no se siente solo. Y no era esto únicamente: parados detras de mí había seres. Mi carta seguía y los ojas contimuaban asomados apenas en la puerta y los seres me tocaban casi. Poco a poco el hondo pavor que trataba de contener me erizó el pelo, y levantándome con toda la naturalidad de que se es capaz en estos casos, fuí a la puerta y la abrí de par en par. Pero yo sé a costa de qué esfuerzo pade hacerlo sin apresurarme.

No pretendí volver a escribir. ¡Diaz Vélez! No habia otro motivo para que mis nervios estuvieran asi. Pero estaba también completamente seguro de que una por una, dos por dos, me iba a pagar to.las las gracias de esa tarde.

La puerta de la calle estaba abierta aún y oi la animación de la gente que salía del teatro.—Habrá ido a alguno —pensé—. Y como debe tomar el tranvía de Charcas, es posible pase por aquí... Y si se le ocurre fastidiarme con sus farsas ridículas, simulando sentirse ya perseguido y sabiendo que yo voy a creer justamente que comienza a estarlo...

Golpearon a la puerta.

¡É! Dí un salto adentro y cerré la llave del gas. Quedéme quieto, conteniendo la respiración. Esperaba con la augustia a flor de epidermis un segundo golpe.

Llamaron de nuevo. Y luego, al rafo, sus pasos avallzaron por el patio. Se detuvieron en mi puerta y el intruso quedó inmóvil ante la obscuridad. No había nadie, eso no tenia duda. Y de pronto me llamó. ¡Maldito sea! ¡Sabía que yo lo oía, que habia apagado la luz al sentirlo y que estaba junto a la mesa sin moverme!; Sabía que yo estaba pensando justamente esto y que esperaba como una pesadilla oirme llamar de nuevo!