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Los Perseguidos
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Hace un rato yo lo miraba...

—;Dejemos!... ¿quiere?...

—Se me había escapado ya el loco, ¿ verdad?...

— Dejemos, Díaz, dejemos !...

Tenía un nudo en la garganta. Cada palabra suya me bacia el efecto de un empujón más a un abismo inminente.

¡Si sigue, explota! ¡No va a poder contenerlo! Y entonces me di clara cuenta de que habíamos tenido razón:

¡Se había metido en cama de miedo! Lo miré y me estremeci violentamente: ¡ya estaba otra vez! ¡El asesino había remontado vivo a sus ojos fijos en mi!. Pero como en la vez anterior, éstos, tras nueva ojeada al techo, volvieron a la luz normal.

—Lo cierto es que hace un silencio endiablado aquíme dijo.

Pasó un momento.

—¿A Vd. le gusta el silencio ?

— Absolutamente, —Es una entidad nefasta. Da en seguida la sensación de que hay cosas que están pensando demasiado en uno... Le planteo un problema.

— Veamos.

Los ojos le brillabau de perversa inteligencia como en otra ocasión.

—Esto: Supóngase que Vd. está como yo, acostado, solo desde hace cuatro días, y que Vd.—es decir, yo, no he pensado en Vd. Supóngase que oiga claro una voz, ni suya ni mía, una voz clara, en cualquier parte, detrés del ropero, en el techo—ahí en el techo por ejemplollamándole. Y que lo insultan...

No continuo; quedó con los ojos fijos en el fecho, demudóse completamente de odio y gritó:

—¡Qué hay! ¡qué hay!