Página:Los Perseguidos - Horacio Quiroga.pdf/29

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página no ha sido corregida
Los Perseguidos
27
 
Señor: Lucas insiste mucho en ver a Vd. Si no le fuera molesto le agradeceria pasara hoy por esta su casa.—Lo saluda atte.
Deolinda D. V. de Robian.

Yo habia tenido un día agitado. No podía pensar en Diaz sin verlo de nuevo gritando contra el techo. en aquela horrible pérdida de toda conciencia razonable.

Tenia los nervios tan tirantes que el brusco silbido de una locomotora los hubiera roto.

Fuí, sin embargo; pero mientras caminaba el menor ruido me sacudía dolorosamente. Y así, cuando al doblar la esquina vi un grupo delante de la puerta de Díaz Vélez, mis piernas se aflojaron—no de miedo concreto a algo, sino a las coincidencias, a las cosas previstas, a los cataclismos de lógica.

Oi un rumor de espanto alli:

¡Ya viene, ya viene! —Y todos se desbandaron haste el medio de la calle. «¡Ya está, está loco!»—me dije, con angustia de lo que podía haber pasado. Corri y en un momento estuve en la puerta.

Díaz vivía en Arenales entre Billinghurst y Coronel.

La casa tenía un hondo patio lleno de plantas. Como en él no había luz y sí en el zaguán, más allá de éste eran profundas tinieblas.

¿Qué pasa? pregunté. Varios me respondieron.

—El mozo que vive ahi está loco.

—Anda por el patio...

—Anda desnudo...

—Sale corriendo...

Ansiaba saber de su tia.

—Ahí está.

Me volví, y contra la ventana estaba llorando la pobre dama. Al verme redobló el llanto.

—¡Lucas!... se ha enloquecido!