—¿Cuándo?...
—Hace un rato... Salió corriendo de su cuarto..poco después de haberle mandado...
Senti que me hablaban.
—¡Olga, oiga!
Del fondo negro nos llegó un lamentable alarido.
—Grita así, a cada momento...
—¡Ahí viene, ahí viene!—clamaron todos, huyendo. No fuve tiempo ni fuerzas para arrancarme. Sentí una carrera precipitada y sorda, y Díaz Vélez, lívido, los ojos de fuera y completamente desnudo surgió en el zaguán, llevóme por delante, hizo una mueca en la puerta y volvió corriendo al patio.
—¡Salga de ahí, lo va a matar!—me gritaron.—Hoy tiró un sillón...
Todos habían vuelto, hundiendo la mirada en las tinieblas.
—¡Oiga otra vez!
Ahora era un lamento de agonía el que llegaba de allé:
— Agua ¡agua!...
— Ha pedido agua dos veces...
Los dos agentes que acababan de llegar habían optado por apostarse a ambos lados del zaguán, hacia el fondo, para estrujar al loco cuando se precipitara en él.
La espera fué esta vez más ansiosa aún. Pero pronto repitióse el atarido y tras él, el desbande.
—¡Ahí viene!
Díaz surgió, arrojó violentamente a la calle un jarro vacío, y un instante después estaba sujeto. Defendióse terriblemente, pero cuando se halló imposibilitado del todo dejó de luchar, mirando a umos y otros con atónita y jadeante sorpresa, mientras murmuraba:—Cruz ciablo... Cruz diablo, para todos... No me reconoció ni demuré más tiempo allí.