Página:Los Perseguidos - Horacio Quiroga.pdf/30

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página no ha sido corregida
28
Horacio Quiroga
 

—¿Cuándo?...

—Hace un rato... Salió corriendo de su cuarto..poco después de haberle mandado...

Senti que me hablaban.

—¡Olga, oiga!

Del fondo negro nos llegó un lamentable alarido.

—Grita así, a cada momento...

—¡Ahí viene, ahí viene!—clamaron todos, huyendo. No fuve tiempo ni fuerzas para arrancarme. Sentí una carrera precipitada y sorda, y Díaz Vélez, lívido, los ojos de fuera y completamente desnudo surgió en el zaguán, llevóme por delante, hizo una mueca en la puerta y volvió corriendo al patio.

—¡Salga de ahí, lo va a matar!—me gritaron.—Hoy tiró un sillón...

Todos habían vuelto, hundiendo la mirada en las tinieblas.

—¡Oiga otra vez!

Ahora era un lamento de agonía el que llegaba de allé:

— Agua ¡agua!...

— Ha pedido agua dos veces...

Los dos agentes que acababan de llegar habían optado por apostarse a ambos lados del zaguán, hacia el fondo, para estrujar al loco cuando se precipitara en él.

La espera fué esta vez más ansiosa aún. Pero pronto repitióse el atarido y tras él, el desbande.

—¡Ahí viene!

Díaz surgió, arrojó violentamente a la calle un jarro vacío, y un instante después estaba sujeto. Defendióse terriblemente, pero cuando se halló imposibilitado del todo dejó de luchar, mirando a umos y otros con atónita y jadeante sorpresa, mientras murmuraba:—Cruz ciablo... Cruz diablo, para todos... No me reconoció ni demuré más tiempo allí.